martes, 10 de diciembre de 2024

"Sinceridad"-Mi recuperación al día de hoy

¡Hola!

Si algo me caracteriza es la honestidad. Por eso, voy a serles muy sincera en cuanto a mis emociones y sentimientos de los últimos tiempos.

El llevar adelante un blog, difundirlo en las las redes sociales, las mejorías y recaídas en la salud son componentes que se entrelazan de manera compleja y significativa en la vida de cualquier persona, pero más aún en la de alguien que ha lidiado con el dolor crónico y el sufrimiento físico y emocional de manera prolongada. En mi caso, estos elementos no solo se superponen, sino que se convierten en reflejos de una lucha constante entre el deseo de ser vista y comprendida, y la necesidad de proteger mi bienestar emocional ante las decepciones que surgen en estos espacios.

El blog me funciona como una forma de expresión, un refugio donde vuelco mis experiencias, reflexiones y descubrimientos sobre el manejo del dolor y el bienestar. A través de él, encuentro no solo una manera de procesar mi sufrimiento, sino también de ofrecer apoyo a quienes atraviesan circunstancias similares. Así fue concebido. Era un blog que yo había abierto en 2011 con la finalidad de que mis alumnos publicaran sus producciones literarias. Y, lo refloté con el nuevo objetivo de visibilizar mi caso para beneficio de otros: todo lo hice por empatía. Jamás pensé en la monetización ni en ningún otro tipo de beneficio personal. Sin embargo, no siempre fue ni es un lugar de reciprocidad o apoyo mutuo. Las interacciones con las redes sociales y los grupos online estuvieron marcadas por una constante frustración. En particular, me resultó doloroso ver cómo, tras compartir una publicación genuina en un grupo de personas con dolor crónico, nadie respondió ni mostró interés. Este rechazo me hizo sentir más sola y menos valorada, como si mi esfuerzo fuera invisible. Es un contraste abismal con la empatía que trato de transmitir a través de mi contenido. Se trataba, precisamente, de DOLOR ANÓNIMO. El grupo que yo misma había creado con un compañero de España y que, día tras día, intentaba sostener, a costa de mi propia recuperación. Esa entrada, dedicada con tanto amor a ese grupo, fue eliminada hace pocos días. Del grupo decidí retirarme ese mismo día, ya que la decepción y el estrés se hicieron intolerables, agravando mis síntomas de aquel momento. Esto ocurrió en septiembre de este año. Mi experiencia me ha demostrado que, aunque las redes sociales pueden abrir puertas y crear comunidades, a menudo también perpetúan la superficialidad y la falta de verdadera conexión.

Esta dinámica de rechazo y desilusión en las redes tiene un impacto directo en mi salud. A medida que mis esfuerzos por compartir y ayudar no se reflejan en apoyo genuino, fui experimentando en estos últimos meses recaídas en mi bienestar. Un ejemplo claro fue cuando, tras recibir información inspiradora de una inteligencia artificial sobre la danza, me ilusioné tanto que la desilusión posterior me dejó con un dolor físico agudo. Este tipo de eventos crea un ciclo de esperanza y frustración, donde las expectativas de sanación, de conexión y de valoración se convierten en una carga adicional sobre mi salud. Las ideas y expectativas que provienen de fuentes externas, aunque bien intencionadas, pueden desencadenar una recaída emocional si no se sienten alineadas con mi proceso interno y mis límites.

Es interesante cómo los espacios virtuales se fueron convirtiendo con el tiempo en un campo de prueba para las relaciones humanas en la era digital. El trabajo con los defectos de carácter en Al-Anon y otros grupos ha sido una influencia en mi vida, aunque también ha generado una disonancia cognitiva. Si bien los principios que promueven la mejora personal y el autocuidado son valiosos, la sobrecarga de autoanálisis y la constante presión por mejorar puede ser contraproducente. El enfoque de que todo está en mis manos, que debo cambiar mis actitudes y aceptar la responsabilidad total de mi bienestar, puede resultar abrumador y agotador, especialmente cuando la reciprocidad y el entendimiento mutuo parecen escasear. Además, la insistencia en que “comience por mí” puede llevar a una forma de autoexigencia que, lejos de aliviar el dolor, lo intensifica. Por eso, estuve participando poco de los grupos estos últimos tiempos. Y, en las dos oportunidades en que dejé de asistir quince días cada vez, mi salud mejoró notablemente. Queda claro que, en este momento de mi vida, Al-Anon me hace más mal que bien.

El patrón de recaídas y mejorías en mi salud también refleja esta lucha interna entre las expectativas impuestas desde afuera y mi propia necesidad de descanso y comprensión. Los períodos en los que me sentí más tranquila y estable son coincidentes con momentos en los que logré alejarme de las presiones externas. Cuando decidí dejar los grupos y el foco en las redes sociales, encontré cierto alivio en el espacio de introspección y privacidad. La sensación de mejoría que experimenté en esos momentos de retiro no solo se vinculó a la menor interacción virtual, sino a la posibilidad de conectar nuevamente con mis propios ritmos, sin la influencia de las expectativas ajenas.

Este entrelazado de la vida virtual, las redes sociales y el proceso de sanación personal es una experiencia que refleja la complejidad de la salud emocional y física en el contexto de la tecnología moderna. Las redes pueden ser una herramienta poderosa, pero también pueden convertirse en una trampa, alimentada por la comparación, la invalidación y la falta de contacto auténtico. Por eso, es fundamental crear un equilibrio: establecer límites, proteger el espacio personal y no dejar que la falta de reciprocidad o la sobrecarga de expectativas externas se conviertan en el motor de mi bienestar. Mi salud no depende de las redes, de los grupos o de la empatía unilateral, sino de cómo elijo gestionar mi propio bienestar desde una perspectiva interna y sincera.

En resumen, este recorrido me está enseñando que la sanación no se logra solo a través de la interacción social o la validación externa, sino en la capacidad de reconocer mis propios límites y necesidades, de conectar con lo que me hace bien y de establecer un proceso personal que no dependa de las fluctuaciones ajenas. La mejoría radica, en última instancia, en aprender a escucharme y a protegerme, dejando atrás la sobrecarga de expectativas y el agotamiento emocional causado por el afán de ser comprendida. Solo así, voy a concretar seguir un camino más claro hacia la paz interior y el bienestar genuino. Y, quiero aclarar que, nunca fui adicta a redes sociales ni mucho menos. Ni siquiera las utilizaba. Todo surgió por mi genuino interés de participar de grupos de ayuda mutua para dolor crónico. Y, de la intención empática y desinteresada de difundir mi blog. Como menciono en esta entrada, todo esto no me trajo ningún beneficio directo en cuanto a recuperación. Solo la retrasó.

Gracias por leerme.

Espero sus comentarios y buena vida...



Introspección

7 comentarios:

  1. Ilustrativo y por demás relatado el universo de las redes , a veces las buenas metas para ayudar a otros se transforma en negatividad y frustacion que lastiman hasta el alma

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    1. Hola, Anónimo. Yo me alineo con otros valores y principios. Y me cuesta adaptarme. Pero el mundo sigue girando. Y es el momento de poner en práctica todo lo que aprendí. Abrazo

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  2. Gracias por escribir Silvia.🥰🥰

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  3. Gracias por escribir Silvia.🥰🥰🥰

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    1. Hola, Beatriz. Gracias a vos por leer y comentar. Te deseo lo mejor en tu propio proceso de sanación. Abrazo grande.

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  4. Sincero el relato, gracias por la descripcion cruda y veraz

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    1. Buenos días, Anónimo!!! Así es. A mí no me gusta la hipocresía. Soy honesta 100%. Y me siento orgullosa de serlo. Gracias por leer y comentar. Abrazos.

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